Tarde fría. Santiago invernal. Tu y yo bajo el cristal aguacero.
¿Qué he de extrañar? Mientras continúas tu paso, mi paraguas se detiene, el abrigo no es más que un cobertor, tu mirada indolente y una seña paciente.
Observas a tu alrededor, ya no hay quien aguante, las calles vacías, la estación aguarda un pequeño vagón, te subes, y dejas la vista en aquel viejo carruaje de tiempos aquellos.
Pálida, continúas tu viaje, mientras yo, por mi parte, te espero en aquel viejo café, leo el periódico y respiro, una vez más.
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